martes, 29 de septiembre de 2009

The homless body

Samira Kawash




El desamparo tiene múltiples factores causales (cuestiones de raza, género, sexualidad, edad, clase, complicaciones con el SIDA, las drogas o una enfermedad mental pueden fungir como aspectos) uno de los más graves proviene del desprecio social, pues es justamente esta característica de marginación lo que en muchos (pero no en todos) de los casos vuelve cíclico el problema. Es decir, no basta con que uno se haya quedado en situación de calle, sino que a su vez se le niega la oportunidad a la gente de restituir una posición tanto económica como social.
Es gracias al creciente empobrecimiento de los sectores urbanos que se ha reducido la gama de oportunidades, sobre todo para aquellas personas que cuentan con niveles básicos de educación y habilidades precarias.
Cada vez más gente es sesgada dentro del contexto neoliberal, mismo que ha contribuido a ensanchar las brechas económicas y sociales. El desamparo en sus más grandes y visibles formas es producto de dicho proceso, convirtiéndose a su vez no sólo en un síntoma sino también en un símbolo de promesas fallidas de progreso y prosperidad.
Sin embargo y por lamentable que parezca, el aspecto principal para tratar el problema de los desamparados no está basado en como ayudarlos sino más bien en como protegerse de ellos.
A los indigentes se les demarca con el estatus de parásito, alguien que no solamente es inservible, sino que además extrae recursos para su subsistencia. A tal grado que ni siquiera los espacios públicos abren sus puertas para recibir a estos marginados sociales.
En los espacios públicos es quizá donde se asume con mayor fuerza la existencia de una diferencia entre los desamparados y la gente que mantiene su “status quo”. Esto debido a que ( y a pesar de lo contradictorio de la sentencia) el espacio público es definido por quienes son dueños de la propiedad privada. Por tanto la gente sin hogar no tiene derecho de acceso.
En los últimos años se ha reconfigurado el espacio público como espacio privado que pertenece al público. Lo cual representa un problema al definir quienes son considerados como “público”. O a quien corresponde la legitimidad de pertenencia de los espacios.
Es justamente donde se da este tipo de exclusión (invisible) donde el cuerpo del desamparo toma forma, pues dicha exclusión produce efectos tangibles de marginación.
Para encontrar una justificación a este fenómeno del cuerpo de desamparo se ha argumentado que la exclusión tiene una causa natural, ya que el espacio público como portador de la unión social debe ser resguardado de cualquier posible conflicto.
Excluido de los lugares públicos, el indigente se mantiene en una situación constante de movimiento. Y al no tener algún lugar a donde ir, el indigente se vuelve inexistente. Ya que un desamparado es mas allá de una persona sin hogar, es no ser adecuado para ningún lugar.
De la misma forma en la que el desamparado no tiene un lugar a donde ir, tampoco tiene actividades a realizar. Viven al día. Condición que refuerza su estatus de inexistencia.
El fantasma del desampara no es un ideal abstracto, ni tampoco una condición natural. Es un producto de los procesos económicos, políticos y socioculturales dentro de las urbes, con referente al espacio y a los elementos que confluyen para asegurar el “espacio público”; más no por ello es la consecuencia lógica de dichas circunstancias. Es más bien, la visión pública quien minimiza a las persona desamparadas en su extensión y los obliga a volverse alguien pequeño, alguien invisible.
Las lógicas citadinas marcan patrones de orden, funcionales y con canales de circulación, mismas que están basadas en la noción abstracta de lugares; lugares que son combinados y su función es determinada progresivamente. Dicho mecanismo provee un código “un uso propio de la ciudad, y un lugar propio para los residentes”, excluyendo a quienes no les corresponde el estado de propio, o propietario. En ese orden a los indigentes se les estigmatiza como peligrosos usurpadores del espacio público.
Las políticas urbanas reflejan muy bien ese principio pues buscan un acto de constricción. Si la población en situación de calle no puede ser eliminada, por lo menos entonces puede ser aislada para que la gente no sienta su presión o presencia.
Cada vez se tiene más la idea de que la violencia es necesaria para mantener el orden público. Pero la seguridad que pueda otorgar esa violencia es siempre ilusoria. Si los desamparados aparecen como una amenaza a la seguridad pública es por que dicha seguridad es en si una amenaza.
Por ello yo considero que la sociedad debería comprometerse con el pluralismo de manera fáctica. El gobierno debe a su vez de respetar y otorgar los mismos derechos a todos, por su condición de ser humano y no por estatus que les ha generado la posición económica o su raza o género.

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